16 de julio de 2010

Anatomía de un niño



―El oso tiene ropa café―me dijo Martín mientras pintaba en su cuaderno. Sus ocurrencias me recuerdan a mi tío de niño, cuando pensaba que el bochorno era un monstruo; a mi madre, que comía jabón y le temía a los bombones; a mi prima Andrea y sus perros que ladrullaban. Creo que la infancia es una época interesante.

Es el espacio idóneo para iniciarse en los libros y en los proyectos para cambiar el mundo, para desarrollar virtudes y excelencias o comenzar en los vicios. Siempre es un momento aprovechable, con un poco menos de complicaciones. Las vivencias infantiles pueden servir para cultivar el espíritu o para hacerlo miserable. La infancia es una introducción esbozada con crayones indelebles.

Los niños tienen memoria tierna. Son relativamente moldeables.  A veces se aprovecha esto para volverlos empáticos y para acostumbrarlos a pensar. Son los hijos del hombre, preguntones de tiempo completo. Asisten a la escuela. Ésta puede servir para memorizar datos absurdos, o puede convertirse en terreno de metamorfosis.

No conocen de instrumentos ni ideologías. Tienen la ventaja de la honestidad en sus reacciones, la transparencia en sus palabras, en su forma de respirar. Me agradan. Aún no sienten la necesidad de buscar un rostro entre su colección de máscaras.

Hablan de sus objetos perdidos, sus mascotas, sus traumas, sus grandezas, sus amores, sus llantos, sus miedos, sus ideas, algunos sueños, planes. Se esconden abrazando pensamientos clandestinos que sólo le cuentan a los amigos imaginarios, en sus momentos de deliciosa y decidida soledad.

Los niños son personalidades en miniatura. Los creen ángeles, pero juegan a la guerra. Aprovechan su tiempo libre para discutir con amigos imaginarios antes de que necesiten vestirse de gris y sentarse a sacar cuentas. Son amos de la ignorancia feliz. Aún no conocen el sabor de los imposibles. Viven entre el desencanto y la maravilla. Es divertido verlos reír, antes de que les caiga más tiempo encima y los amigos imaginarios los abandonen a su suerte.

En sus manos no puede verse su futuro. A veces logran algunas conquistas; otras veces su vida llega a ser tan triste que puede usarse para elaborar una antología de la mediocridad; otras más, son felices.

Veo a los niños riéndose de todo y de nada; me recuerdo a mí misma sonriendo ante un universo de seres inmateriales e inventos privados que me jalaban los dedos de las manos para ir a jugar.